«El COVI es mi familia»

Fritson Obando ya no duerme en la intemperie. Encontró un refugio y nuevos amigos ….

La navidad del 2009 fue inolvidable. Un joven fugitivo de 16 años regresó a su hogar, en Santa Marta – Esmeraldas. Su madre casi no lo reconoció. No lo veía desde hacía un año. Su semblante había cambiado. Algo sobrenatural iluminaba su rostro y su voz proyectaba serenidad y esperanza. Por primera vez en años pasaron días sin discutir. En realidad, la armonía era impensable hace apenas dos años. Desde los 14, Fritson escapaba de su casa cada vez que podía porque no le gustaba hacer los mandados y, en respuesta, su madre le pegaba. “Me iba y regresaba —recuerda el joven —. Fui a vivir donde mis abuelas, luego fui a casa de mi tía. Pero como no me gustaba hacer nada cogí un rumbo que no era bueno para mí. Comencé a fumar marihuana. Las primeras veces me enfermé por fumar, pero luego me acostumbré”. De fumar cigarrillos pasó a “jalar perica blanca por la nariz”. Se volvió agresivo.

Cuando desaparecía de casa, su madre lo buscaba frenéticamente. Una vez, envió su foto a un canal de televisión. Al verla, Fricson regresó, pero por poco tiempo. Escapar se había convertido en un vicio.

En esos meses, al vivir con su tía, conoció a un hombre con el que trabajaba para transportar droga. “Yo madrugaba a dejar paquetes a los clientes. Ganaba 10 dólares por la entrega. Hacía plata pero llegaba los fines de semana y me dedicaba a beber. Mi mamá no sabía que me dedicaba a eso”.

Cuando su padre (quien vivía separado de su madre) se enteraba de las nuevas costumbres de su hijo, lo golpeaba. Pero en otras ocasiones le decía que se aleje de las drogas pues era común la violencia entre jóvenes de su edad.

En esa época, Fritson conoció a un beneficiario del proyecto COVI. Aunque era menor a él y lo llamaba “Marcelo chiquito”, el muchacho le aconsejaba que “no ande fumando o bebiendo y que se aleje de los malos pasos”. Le invitó al Centro Opción de Vida en Quito, le prometió que eso podría cambiar su vida. “Yo le decía: no me quiero mover a ningún lado pero él me decía: vamos, estamos mejor acá. A la final me convenció”.

Fritson vino a Quito con su primo. Al principio, admite que venía porque le ofrecían comida, una ducha o servicios de lavandería. “Cuando conocí a la gente del Centro, el pastor Marcelo Samaniego y Tamarita Gross (personal del proyecto) estaban orando.

Yo me reía porque nunca había orado. Nunca había dado gracias por nada”. Su primo no logró adaptarse pero Fritson continuó asistiendo. Ganaba dinero como cuidador de carros o limpiador de vidrios. “La plata no me servía para nada porque lo malgastaba”. En las noches, dormía en la Avenida Portugal o cerca de la Plaza Kendo (Av República).

A los 3 meses de asistir, su actitud empezó a cambiar y el pastor del proyecto le propuso pasar del Centro de Día (al que asistía pocas horas a la semana) a la Casa Daniel, (que ofrecía refugio en las noches). Dejó de dormir en la intemperie y se sometió a un proceso para abandonar la vida de calle: dejó de buscar dinero, aceptó reglas y responsabilidades y empezó a estudiar. En ese proceso, se enteró que su primo había sido asesinado. Al saberlo, Fricson recordó las advertencias de su padre sobre la violencia y confirmó que por fin estaba seguro. “El COVI es como mi familia porque me ha dado amor y comprensión. Desde que entré, siento que he cambiado. No he fumado nada. Antes no creía en Dios porque no me habían hablado de Él. Ahora creo”. Incluso es él quien da consejos. “Si algún chico vive una situación similar a la mía, le digo que se aleje de las drogas y de la calle y que hable con Dios porque es el único que le puede ayudar”.

Diciembre · 2009 · Enero · Febrero · 2010

Por: Liseth E. de Carrillo